Ciencia Forense:
¿Cómo usar la ciencia y la tecnología para desvelar lo ocurrido?
¿Cómo determinar si una víctima murió por asfixia en un accidente por incendio o murió con anterioridad? Si la sangre contiene monóxido de carbono, con gran probabilidad la víctima respiró los gases y murió con posterioridad al inicio del incendio. En caso contrario, perdió la vida antes de producirse el fuego y comenzamos a sospechar... Una ejemplo, tal vez macabro, de las pistas que rastrean los forenses.
Siguiendo en esta línea gore, los forenses conocen perfectamente que el proceso de descomposición no es el mismo en el agua que en tierra. Al cabo de una semana o más, los cambios químicos en un cuerpo hacen que el abdomen se llene de gas y el cuerpo ascienda. Así se recuperan a muchos ahogados. Para determinar el lugar exacto de fallecimiento se atienden a la salinidad o a indicadores tan sutiles como las diatomeas - seres microscópicos que viven en el agua como los dibujados a la derecha - presentes en órganos internos. Su existencia indica que la víctima estaba viva al introducirse en el agua y proporciona indicios de dónde ocurrió el hecho. Sorprendente de nuevo, ¿verdad?
¿Cuándo ocurrió o de quién se trata?
Observen que en los párrafos anteriores hemos usado conceptos procedentes de la química y la microbiología para obtener respuestas. Ese es el espíritu de las ciencias forenses: multidisciplina. Hace 3000 años en China se utilizaron por primera vez las huellas dactilares como prueba de identidad personal. Desde entonces la ciencia forense y la investigación criminal han evolucionado sin cesar. Si hay una ciencia multidisciplinar es la forense: los antropólogos forenses estudian traumatismos y huesos, los odontólogos analizan huellas dentales, los expertos en indicios microscópicos obtienen información a partir de pelos y fibras, polen o tierra, los peritos en balística determinan las armas de un crimen o los biólogos analizan sangre, saliva o semen. Y para ello se utilizan las técnicas más modernas: PCR, electroforesis, cromatografía o espectrometría de masas. Veamos algún ejemplo concreto más.
La determinación de la hora de la muerte de una víctima es una información evidentemente necesaria en el esclarecimiento de los hechos. ¿Qué argucias utilizan los forenses? El método más seguro es tomar la temperatura interna que baja aproximadamente un grado por hora durante las doce primeras horas. En las siguientes doce horas este ritmo se reduce a la mitad. Por supuesto las condiciones ambientales pueden variar esta estimación. ¡Esto es termodinámica! Otros indicios son el rigor mortis, que aparece cuando la química del cuerpo humano pasa a un estado ácido en vez de alcalino. Los músculos, inicialmente relajados tras la muerte, se ponen rígidos. El proceso comienza en los párpados y baja paulatinamente hasta llegar a las piernas. Otro indicador del momento del óbito, menos conocido popularmente, es el livor mortis o contusiones de la muerte: los glóbulos rojos acaban decantándose por gravedad hacia la zona corporal en contacto con el suelo. Al romperse los glóbulos rojos, y si el cadáver no ha sido movido, adquiere en la zona de decantación un fuerte color. Por ejemplo, en un envenenamiento por monóxido de carbono ese color es rojo y en el caso del cianuro es rosado. ¡Esto es bioquímica! Y se sigue progresando científicamente en este asunto. John Coe descubrió, hace poco, que los glóbulos rojos al desagregarse en el livor mortis desprenden potasio a un ritmo lento y constante en el humor vítreo del ojo. La concentración del potasio indica de una forma fiel la hora de la muerte.
Cuando la determinación del momento de una defunción pasa de horas a días, aún así existe la posibilidad de estimarlo. Es una de las labores de los poco conocidos entomólogos forenses: la presencia de cresas, crisálidas, hongos u otros insectos son indicadores fiables. ¡Y esto es entomología! Una deducción sorprendente, ¿no creen?
¿Esta teoría científica o herramienta tecnológica puede ser útil para desentrañar el puzzle de los hechos? Entonces: bienvenida sea la técnica o la idea por remota que sea su procedencia. Los especialistas forenses se sirven del mismo yeso que los odontólogos para hacer moldes de huellas de pisadas o ruedas. ¡Y ya tenemos la odontología presente! Si la huella está en la nieve se utilizan pulverizadores con una cera especial que endurece la nieve lo suficiente como para extraer un molde. Pueden deducir la forma de andar a partir de los detalles de la huella de una pisada. Pueden extraer muchísima información a partir de las marcas de herramientas o las huellas dentales de un mordisco en la comida. Todavía hoy las fichas dentales contribuyen más que ninguna otra información a la identificación de cadáveres. Aún los archivos dentales o médicos poseen ventajas sobre las huellas dactilares o el ADN porque están mucho más extendidos sobre la población.
La ciencia forense: una historia de caminos que se cruzan
Toda ciencia tiene sus problemas-mito. El origen de la vida en biología, la hipótesis de Riemman en matemáticas o la gran unificación en física son algunos ejemplos. La ciencia forense tiene los suyos. Jack el Destripador, famoso asesino en la década de 1880 en los lúgubres callejones de Witechapel en el East End de Londres, es su problema-mito más famoso: "Más de un siglo después, escritores, investigadores y agentes de policía siguen publicando teorías sobre los motivos y de la identidad del asesino más famoso de la historia" escribe el forense David Owen en su libro "40 casos criminales y cómo consiguieron resolverse". La investigación forense, llevaba sin embargo siglos de progreso antes de los trágicos sucesos de Witechapel a finales del siglo XIX.
Parece que los historiadores coinciden en el lugar y fecha de nacimiento de la ciencia forense: en China durante la dinastía Tang. En el siglo VII, Ti Yen Chieh se hizo famoso por utilizar la lógica y las pruebas forenses para resolver crímenes. En el siglo XIII en China se publicó un libro que explicaba cómo reconocer las señales de ahogo o estrangulamiento, o cómo las heridas podían revelar el tipo y tamaño del arma empleada.
La ciencia forense debe gran parte de su arsenal de instrumentos y métodos a la ciencia occidental de los siglos XVI a XVIII. A mediados del siglo XVII ya se enseñaba medicina forense en varias universidades de Europa. El instrumental que fue surgiendo progresivamente de la revolución científica fue empleado rápidamente en la lucha contra el crimen. El microscopio, inventado por Zacharias Jansen en 1590, el microscopio estereoscópico para dar imágenes tridimensionales o el de comparación que alinea imágenes para cotejarlas, se utilizaron casi desde su fecha de nacimiento en la ciencia forense.
La fotografía se usó desde sus inicios para retratar huellas y pistas en el escenario del crimen o detalles de heridas y sospechosos. En 1886, Thomas Byrnes, detective de New York publicó la primera colección de "fotos de rufianes" para ayudar a la gente a reconocer el delincuente en el caso de que fueran atracados.
En 1796, el Dr. Franz Josef Gall, desarrolló la frenología. Dicha teoría pretendía ser capaz de describir el carácter de una persona a través de la forma de su cráneo. La práctica fue cayendo poco a poco en desuso hasta que en 1876 la teoría volvió con renovado éxito de la mano de un ex-cirujano militar. Cesare Lombroso, por aquel entonces director del Asilo de Pesaro, al norte de Italia, publicó "L'uomo delinquente". Tras haber estudiado más de 6.000 casos de delincuentes, Lombroso estaba convencido de la fuerte relación entre las características físicas y las tendencias delictivas. Así por ejemplo, siempre según Lombroso, los pirómanos tenían una cabeza pequeña, los salteadores de caminos eran muy velludos y los timadores solían ser fuertes. Semejantes correlaciones fueron tomadas muy en serio por los tribunales de la época y los frenólogos eran requeridos como peritos en los juicios. Afortunadamente la frenología, comentada hoy en día como ejemplo de pseudociencia, fue perdiendo adeptos, hasta desaparecer definitivamente.
De aquellas estrambóticas ideas, Alphonse Bertillon extrajo sin embargo algunas lecciones interesantes. Pensó que las medidas corporales sí podían tener una utilidad: cabría usarlas para identificar con precisión a un delincuente. Por unos desafortunados hechos históricos las ideas de Bertillon tuvieron un escaso momento de gloria y pronto cayeron en el olvido. Sus fundamentos no fueron retomados hasta la invención del retrato hablado, en el que se describía una cara según sus partes: frente, nariz, barbilla, orejas y ojos. En los años 50 del siglo pasado la técnica quedó obsoleta con el Identikit, el Photofit y los archivos computerizados, los modernos herederos de Bertillon.
El siglo XIX fue sin duda revolucionario en cuanto a las ciencias forenses se refiere. Patrizi, contemporáneo de Lombroso, diseñó el primer detector de mentiras: el guante volumétrico. El aparato consistía en un guante de latex, que sellado a la altura de la muñeca, registraba los cambios de presión sanguínea, supuestamente asociados a la tensión emocional. Demostró ser muy poco fiable, pero sin duda es el instrumento pionero de los actuales detectores y los diversos sistemas ideados para comprobar la veracidad de las declaraciones de un interrogado. Sistemas, sea dicho de paso, que siguen siendo poco fiables.
La reconstrucción facial de restos óseos realizada actualmente por los antropólogos forenses es un proceso medio científico, medio artístico. Tuvo como precursor a un anatomista suizo llamado Wilhelm His. Este científico trabajó hace más de cien años en la reconstrucción del rostro a partir de la estructura ósea. Su reto más famoso fue la identificación del supuesto cráneo del compositor Johann Sebastian Bach (1685-1750). Comparó su reconstrucción con retratos del músico pintados mientras vivía, demostrando la autenticidad de sus restos.
El trabajo del forense consiste en muchos casos en determinar si un arma particular ha sido la responsable de un crimen. Un forense puede ver el desarrollo de una pelea a través de las contusiones y de cómo y dónde fue asestado el golpe final. Fue Henry Goddar, quien por primera vez consiguió relacionar una bala con el arma utilizada para dispararla a través de muescas. Desde que las ánimas de las armas de fuego disponen de las rayas producidas por la fabricación en serie, a finales del XVIII, cada bala tiene un dueño. Para aumentar su precisión. La vaina lleva grabados los detalles del expulsor y del percutor. Puede incluso determinarse la distancia de un disparo por la forma de las heridas.
Las clasificaciones rigurosas, al estilo de la botánica o la zoología en biología, históricamente representan el pistoletazo de salida de elaboradas subramas científicas empleadas en los estudios forenses. Por ejemplo, hay seis grados de quemaduras, clasificadas de menor a mayor de acuerdo con su gravedad según el esquema propuesto por el barón Dupuytren, un cirujano francés del XVIII. O en 1815 Mathieu Orfila se conviertió en el padre de la toxicología al publicar el libro titulado "Traité des Poisons", una clasificación de los venenos más comunes usados por criminales. A partir de ese momento se hicieron muchos avances. Por ejemplo, el químico inglés James Marsh, desarrolló una técnica infalible para detectar rastros de arsénico. El arsénico es especialmente fácil de detectar porque permanece en las uñas y en el pelo después de la muerte. La lista de venenos manejadas por los forenses es inacabable: cicuta, aconitina, atropina, estricnina, talio, antimonio, arsénico, cianuro o Amanita phalloides son algunos conocidos popularmente. Otros son rara avis como el ricino, uno de los venenos más exóticos. Hasta el extremo de que sólo existe un caso documentado de homicidio por esta sustancia: el del disidente búlgaro Georgi Markov.
Tiempos modernos
Desde los primeros pasos de Marsh, las pruebas para detectar venenos o drogas se han hecho terriblemente sofisticadas: cromatografía de gas, cromatografía líquida de alta presión o de filtración por gel, espectrómetros de masa... Actualmente, gracias a las técnicas de ensayo inmunológico, basadas en el desarrollo de anticuerpos que reaccionan con las sustancias buscadas, se pueden detectar cantidades ínfimas.
Otro ejemplo de sofisticación moderna está en referencia a los explosivos. Los explosivos, en general, se dividen en dos grandes grupos atendiendo a la velocidad de la reacción química. Los lentos son casi todos los explosivos con una onda de presión subsónica. Y los rápidos producen una onda de presión supersónica, caso de la dinamita, el TNT o el RDX. Ningún explosivo, por potente que sea, se consume totalmente en su explosión. Siempre dejan residuos que pueden localizarse en el interior de muebles u objetos variados por penetración. Todos los posibles materiales absorbentes en el lugar del incidente son sumergidos en acetona y los residuos se analizan. Con una bomba de vacío se recogen los vapores de la superficie y se analizan con un cromatógrafo para determinar sus componentes. Existen máquinas capaces de determinar automáticamente e in situ tipos de explosivos tanto militares, comerciales como caseros.
Y las matemáticas, ¿están ausentes de la ciencia forense? Entre 1979 y 1981 Atlanta estuvo atemorizada por violentos asesinatos de adolescentes. Wayne Williams fue condenado por estos hechos por ... ¡la matemática! , en concreto por la teoría de las probabilidades. En los casos de raptos, secuestros o asesinatos los investigadores pasan una aspiradora especial para recoger todo tipo de pruebas como pelos o fibras. Unas pequeñas fibras de color verde olivo, relacionadas con los crímenes en este caso, condujeron hasta una fábrica de alfombras en Dalton, Georgia. Williams, que vivía en Atlanta, era poseedor de una de las alfombras fabricadas allí. La probabilidad de que alguien escogido al azar en Atlanta fuera propietario de una de estas alfombras se estimó en 1 entre 8000. Una segunda clase de fibras encontradas en el pantalón de una de las víctimas coincidía con la alfombrillas de la furgoneta de Williams. Las probabilidades eran para este caso de 1 entre 4000. La probabilidad de que un individuo tuviera alfombra y alfombrillas de esta clase alcanzaba la probabilidad de 1 entre 32 millones. Demasiada casualidad para el jurado.
¿Recuerda el lector como los detectives en las películas nos tienen acostumbrados a pasar un lápiz sobre una página en blanco de una libreta para sacar a la luz lo escrito en páginas superiores que han sido arrancadas? Los forenses emplean un método más sofisticado. Colocan cada página de una libreta sobre una malla electrónica y manda una carga electrostática y se aplica un tipo de tóner de fotocopiadora. El texto sale a la luz. Incluso a través de la intensidad del mismo se pueden ordenar las hojas de la libreta.
Las falsificaciones siguen al orden del día. Los métodos de autentificación cada vez son más sofisticados. Por ejemplo, la filigrana de un documento que pasó por ser un manuscrito original del poeta inglés lord Byron permitió demostrar que el papel había sido fabricado en 1834, diez años después de la muerte del poeta. Con la llegada de los ordenadores, las particularidades de las máquinas de escribir mecánicas se han perdido y uno de los indicios más novelescos queda reservado para las historias. Las impresoras de inyección a tinta o las impresoras láser no presentan disimilitudes entre ellas. Deben buscarse otras formas de relacionar al autor con un documento. Localizar los ficheros en el disco duro de un ordenador a pesar de que hayan sido eliminados por el autor es tarea de los nuevos forenses informáticos. Nuevos tiempos, nuevos criminales, nuevas técnicas forenses.
¿Cómo determinar si una víctima murió por asfixia en un accidente por incendio o murió con anterioridad? Si la sangre contiene monóxido de carbono, con gran probabilidad la víctima respiró los gases y murió con posterioridad al inicio del incendio. En caso contrario, perdió la vida antes de producirse el fuego y comenzamos a sospechar... Una ejemplo, tal vez macabro, de las pistas que rastrean los forenses.
Siguiendo en esta línea gore, los forenses conocen perfectamente que el proceso de descomposición no es el mismo en el agua que en tierra. Al cabo de una semana o más, los cambios químicos en un cuerpo hacen que el abdomen se llene de gas y el cuerpo ascienda. Así se recuperan a muchos ahogados. Para determinar el lugar exacto de fallecimiento se atienden a la salinidad o a indicadores tan sutiles como las diatomeas - seres microscópicos que viven en el agua como los dibujados a la derecha - presentes en órganos internos. Su existencia indica que la víctima estaba viva al introducirse en el agua y proporciona indicios de dónde ocurrió el hecho. Sorprendente de nuevo, ¿verdad?
¿Cuándo ocurrió o de quién se trata?
Observen que en los párrafos anteriores hemos usado conceptos procedentes de la química y la microbiología para obtener respuestas. Ese es el espíritu de las ciencias forenses: multidisciplina. Hace 3000 años en China se utilizaron por primera vez las huellas dactilares como prueba de identidad personal. Desde entonces la ciencia forense y la investigación criminal han evolucionado sin cesar. Si hay una ciencia multidisciplinar es la forense: los antropólogos forenses estudian traumatismos y huesos, los odontólogos analizan huellas dentales, los expertos en indicios microscópicos obtienen información a partir de pelos y fibras, polen o tierra, los peritos en balística determinan las armas de un crimen o los biólogos analizan sangre, saliva o semen. Y para ello se utilizan las técnicas más modernas: PCR, electroforesis, cromatografía o espectrometría de masas. Veamos algún ejemplo concreto más.
La determinación de la hora de la muerte de una víctima es una información evidentemente necesaria en el esclarecimiento de los hechos. ¿Qué argucias utilizan los forenses? El método más seguro es tomar la temperatura interna que baja aproximadamente un grado por hora durante las doce primeras horas. En las siguientes doce horas este ritmo se reduce a la mitad. Por supuesto las condiciones ambientales pueden variar esta estimación. ¡Esto es termodinámica! Otros indicios son el rigor mortis, que aparece cuando la química del cuerpo humano pasa a un estado ácido en vez de alcalino. Los músculos, inicialmente relajados tras la muerte, se ponen rígidos. El proceso comienza en los párpados y baja paulatinamente hasta llegar a las piernas. Otro indicador del momento del óbito, menos conocido popularmente, es el livor mortis o contusiones de la muerte: los glóbulos rojos acaban decantándose por gravedad hacia la zona corporal en contacto con el suelo. Al romperse los glóbulos rojos, y si el cadáver no ha sido movido, adquiere en la zona de decantación un fuerte color. Por ejemplo, en un envenenamiento por monóxido de carbono ese color es rojo y en el caso del cianuro es rosado. ¡Esto es bioquímica! Y se sigue progresando científicamente en este asunto. John Coe descubrió, hace poco, que los glóbulos rojos al desagregarse en el livor mortis desprenden potasio a un ritmo lento y constante en el humor vítreo del ojo. La concentración del potasio indica de una forma fiel la hora de la muerte.
Cuando la determinación del momento de una defunción pasa de horas a días, aún así existe la posibilidad de estimarlo. Es una de las labores de los poco conocidos entomólogos forenses: la presencia de cresas, crisálidas, hongos u otros insectos son indicadores fiables. ¡Y esto es entomología! Una deducción sorprendente, ¿no creen?
¿Esta teoría científica o herramienta tecnológica puede ser útil para desentrañar el puzzle de los hechos? Entonces: bienvenida sea la técnica o la idea por remota que sea su procedencia. Los especialistas forenses se sirven del mismo yeso que los odontólogos para hacer moldes de huellas de pisadas o ruedas. ¡Y ya tenemos la odontología presente! Si la huella está en la nieve se utilizan pulverizadores con una cera especial que endurece la nieve lo suficiente como para extraer un molde. Pueden deducir la forma de andar a partir de los detalles de la huella de una pisada. Pueden extraer muchísima información a partir de las marcas de herramientas o las huellas dentales de un mordisco en la comida. Todavía hoy las fichas dentales contribuyen más que ninguna otra información a la identificación de cadáveres. Aún los archivos dentales o médicos poseen ventajas sobre las huellas dactilares o el ADN porque están mucho más extendidos sobre la población.
La ciencia forense: una historia de caminos que se cruzan
Toda ciencia tiene sus problemas-mito. El origen de la vida en biología, la hipótesis de Riemman en matemáticas o la gran unificación en física son algunos ejemplos. La ciencia forense tiene los suyos. Jack el Destripador, famoso asesino en la década de 1880 en los lúgubres callejones de Witechapel en el East End de Londres, es su problema-mito más famoso: "Más de un siglo después, escritores, investigadores y agentes de policía siguen publicando teorías sobre los motivos y de la identidad del asesino más famoso de la historia" escribe el forense David Owen en su libro "40 casos criminales y cómo consiguieron resolverse". La investigación forense, llevaba sin embargo siglos de progreso antes de los trágicos sucesos de Witechapel a finales del siglo XIX.
Parece que los historiadores coinciden en el lugar y fecha de nacimiento de la ciencia forense: en China durante la dinastía Tang. En el siglo VII, Ti Yen Chieh se hizo famoso por utilizar la lógica y las pruebas forenses para resolver crímenes. En el siglo XIII en China se publicó un libro que explicaba cómo reconocer las señales de ahogo o estrangulamiento, o cómo las heridas podían revelar el tipo y tamaño del arma empleada.
La ciencia forense debe gran parte de su arsenal de instrumentos y métodos a la ciencia occidental de los siglos XVI a XVIII. A mediados del siglo XVII ya se enseñaba medicina forense en varias universidades de Europa. El instrumental que fue surgiendo progresivamente de la revolución científica fue empleado rápidamente en la lucha contra el crimen. El microscopio, inventado por Zacharias Jansen en 1590, el microscopio estereoscópico para dar imágenes tridimensionales o el de comparación que alinea imágenes para cotejarlas, se utilizaron casi desde su fecha de nacimiento en la ciencia forense.
La fotografía se usó desde sus inicios para retratar huellas y pistas en el escenario del crimen o detalles de heridas y sospechosos. En 1886, Thomas Byrnes, detective de New York publicó la primera colección de "fotos de rufianes" para ayudar a la gente a reconocer el delincuente en el caso de que fueran atracados.
En 1796, el Dr. Franz Josef Gall, desarrolló la frenología. Dicha teoría pretendía ser capaz de describir el carácter de una persona a través de la forma de su cráneo. La práctica fue cayendo poco a poco en desuso hasta que en 1876 la teoría volvió con renovado éxito de la mano de un ex-cirujano militar. Cesare Lombroso, por aquel entonces director del Asilo de Pesaro, al norte de Italia, publicó "L'uomo delinquente". Tras haber estudiado más de 6.000 casos de delincuentes, Lombroso estaba convencido de la fuerte relación entre las características físicas y las tendencias delictivas. Así por ejemplo, siempre según Lombroso, los pirómanos tenían una cabeza pequeña, los salteadores de caminos eran muy velludos y los timadores solían ser fuertes. Semejantes correlaciones fueron tomadas muy en serio por los tribunales de la época y los frenólogos eran requeridos como peritos en los juicios. Afortunadamente la frenología, comentada hoy en día como ejemplo de pseudociencia, fue perdiendo adeptos, hasta desaparecer definitivamente.
De aquellas estrambóticas ideas, Alphonse Bertillon extrajo sin embargo algunas lecciones interesantes. Pensó que las medidas corporales sí podían tener una utilidad: cabría usarlas para identificar con precisión a un delincuente. Por unos desafortunados hechos históricos las ideas de Bertillon tuvieron un escaso momento de gloria y pronto cayeron en el olvido. Sus fundamentos no fueron retomados hasta la invención del retrato hablado, en el que se describía una cara según sus partes: frente, nariz, barbilla, orejas y ojos. En los años 50 del siglo pasado la técnica quedó obsoleta con el Identikit, el Photofit y los archivos computerizados, los modernos herederos de Bertillon.
El siglo XIX fue sin duda revolucionario en cuanto a las ciencias forenses se refiere. Patrizi, contemporáneo de Lombroso, diseñó el primer detector de mentiras: el guante volumétrico. El aparato consistía en un guante de latex, que sellado a la altura de la muñeca, registraba los cambios de presión sanguínea, supuestamente asociados a la tensión emocional. Demostró ser muy poco fiable, pero sin duda es el instrumento pionero de los actuales detectores y los diversos sistemas ideados para comprobar la veracidad de las declaraciones de un interrogado. Sistemas, sea dicho de paso, que siguen siendo poco fiables.
La reconstrucción facial de restos óseos realizada actualmente por los antropólogos forenses es un proceso medio científico, medio artístico. Tuvo como precursor a un anatomista suizo llamado Wilhelm His. Este científico trabajó hace más de cien años en la reconstrucción del rostro a partir de la estructura ósea. Su reto más famoso fue la identificación del supuesto cráneo del compositor Johann Sebastian Bach (1685-1750). Comparó su reconstrucción con retratos del músico pintados mientras vivía, demostrando la autenticidad de sus restos.
El trabajo del forense consiste en muchos casos en determinar si un arma particular ha sido la responsable de un crimen. Un forense puede ver el desarrollo de una pelea a través de las contusiones y de cómo y dónde fue asestado el golpe final. Fue Henry Goddar, quien por primera vez consiguió relacionar una bala con el arma utilizada para dispararla a través de muescas. Desde que las ánimas de las armas de fuego disponen de las rayas producidas por la fabricación en serie, a finales del XVIII, cada bala tiene un dueño. Para aumentar su precisión. La vaina lleva grabados los detalles del expulsor y del percutor. Puede incluso determinarse la distancia de un disparo por la forma de las heridas.
Las clasificaciones rigurosas, al estilo de la botánica o la zoología en biología, históricamente representan el pistoletazo de salida de elaboradas subramas científicas empleadas en los estudios forenses. Por ejemplo, hay seis grados de quemaduras, clasificadas de menor a mayor de acuerdo con su gravedad según el esquema propuesto por el barón Dupuytren, un cirujano francés del XVIII. O en 1815 Mathieu Orfila se conviertió en el padre de la toxicología al publicar el libro titulado "Traité des Poisons", una clasificación de los venenos más comunes usados por criminales. A partir de ese momento se hicieron muchos avances. Por ejemplo, el químico inglés James Marsh, desarrolló una técnica infalible para detectar rastros de arsénico. El arsénico es especialmente fácil de detectar porque permanece en las uñas y en el pelo después de la muerte. La lista de venenos manejadas por los forenses es inacabable: cicuta, aconitina, atropina, estricnina, talio, antimonio, arsénico, cianuro o Amanita phalloides son algunos conocidos popularmente. Otros son rara avis como el ricino, uno de los venenos más exóticos. Hasta el extremo de que sólo existe un caso documentado de homicidio por esta sustancia: el del disidente búlgaro Georgi Markov.
Tiempos modernos
Desde los primeros pasos de Marsh, las pruebas para detectar venenos o drogas se han hecho terriblemente sofisticadas: cromatografía de gas, cromatografía líquida de alta presión o de filtración por gel, espectrómetros de masa... Actualmente, gracias a las técnicas de ensayo inmunológico, basadas en el desarrollo de anticuerpos que reaccionan con las sustancias buscadas, se pueden detectar cantidades ínfimas.
Otro ejemplo de sofisticación moderna está en referencia a los explosivos. Los explosivos, en general, se dividen en dos grandes grupos atendiendo a la velocidad de la reacción química. Los lentos son casi todos los explosivos con una onda de presión subsónica. Y los rápidos producen una onda de presión supersónica, caso de la dinamita, el TNT o el RDX. Ningún explosivo, por potente que sea, se consume totalmente en su explosión. Siempre dejan residuos que pueden localizarse en el interior de muebles u objetos variados por penetración. Todos los posibles materiales absorbentes en el lugar del incidente son sumergidos en acetona y los residuos se analizan. Con una bomba de vacío se recogen los vapores de la superficie y se analizan con un cromatógrafo para determinar sus componentes. Existen máquinas capaces de determinar automáticamente e in situ tipos de explosivos tanto militares, comerciales como caseros.
Y las matemáticas, ¿están ausentes de la ciencia forense? Entre 1979 y 1981 Atlanta estuvo atemorizada por violentos asesinatos de adolescentes. Wayne Williams fue condenado por estos hechos por ... ¡la matemática! , en concreto por la teoría de las probabilidades. En los casos de raptos, secuestros o asesinatos los investigadores pasan una aspiradora especial para recoger todo tipo de pruebas como pelos o fibras. Unas pequeñas fibras de color verde olivo, relacionadas con los crímenes en este caso, condujeron hasta una fábrica de alfombras en Dalton, Georgia. Williams, que vivía en Atlanta, era poseedor de una de las alfombras fabricadas allí. La probabilidad de que alguien escogido al azar en Atlanta fuera propietario de una de estas alfombras se estimó en 1 entre 8000. Una segunda clase de fibras encontradas en el pantalón de una de las víctimas coincidía con la alfombrillas de la furgoneta de Williams. Las probabilidades eran para este caso de 1 entre 4000. La probabilidad de que un individuo tuviera alfombra y alfombrillas de esta clase alcanzaba la probabilidad de 1 entre 32 millones. Demasiada casualidad para el jurado.
¿Recuerda el lector como los detectives en las películas nos tienen acostumbrados a pasar un lápiz sobre una página en blanco de una libreta para sacar a la luz lo escrito en páginas superiores que han sido arrancadas? Los forenses emplean un método más sofisticado. Colocan cada página de una libreta sobre una malla electrónica y manda una carga electrostática y se aplica un tipo de tóner de fotocopiadora. El texto sale a la luz. Incluso a través de la intensidad del mismo se pueden ordenar las hojas de la libreta.
Las falsificaciones siguen al orden del día. Los métodos de autentificación cada vez son más sofisticados. Por ejemplo, la filigrana de un documento que pasó por ser un manuscrito original del poeta inglés lord Byron permitió demostrar que el papel había sido fabricado en 1834, diez años después de la muerte del poeta. Con la llegada de los ordenadores, las particularidades de las máquinas de escribir mecánicas se han perdido y uno de los indicios más novelescos queda reservado para las historias. Las impresoras de inyección a tinta o las impresoras láser no presentan disimilitudes entre ellas. Deben buscarse otras formas de relacionar al autor con un documento. Localizar los ficheros en el disco duro de un ordenador a pesar de que hayan sido eliminados por el autor es tarea de los nuevos forenses informáticos. Nuevos tiempos, nuevos criminales, nuevas técnicas forenses.